Los «ni-ni». Construyendo un mito.

Ni-ni: la etiqueta.

Ni-nis. Nace un mito.

Hace tiempo que oímos todos hablar de una supuesta generación ni-ni [Wikipedia], entendida como una generación que ni estudia ni trabaja. Y aunque no me atrevería a asignar la autoría de tan «creativo» término a la televisión, es probable que su introducción en el imaginario colectivo nazca del homónimo programa traído por La Sexta (de breve vida pero suficiente impacto) así como el coetáneo bombardeo del término por parte de los medios de comunicación (decididamente, estos días ya no hacen nada bien). Hace, pues, algo así como un año o dos desde que se iniciara una insidiosa campaña de estigmatización de todo un colectivo ambiguamente delimitado como «los jóvenes», sinónimo a partir de entonces de «los ni-nis».

Así, como quien no quiere la cosa, y sin realmente pararse a sopesarlo, el «mundo de significados» de nuestra sociedad se iba reorganizando paulatinamente entorno a la idea conservadora de una generación perdida, pero perdida por sus propios medios, por su propia incapacidad de moverse. «Esos vagos» (o similares) es una expresión que más de uno habrá oído emplear por parte de alguien no catalogable como «joven», aludiendo a quienes todavía se encuentran en esa franja. La juventud, históricamente signo de esperanza, de cambio, de idealismo inconformista, pasaba a ser resemantizada, desactivando su potencial rebelde, tornándolo inocuo.

¿Cómo se consigue esto? Independientemente de que pueda haberse conseguido en nuestro caso o no, la clave consiste en repetir [ElMundo]y dar suficiente credibilidad a un mito para que pase a integrarse en las conciencias, que pase a asumirse como verdadero y se empiecen a construir reflexiones e interpretaciones sobre la vida de uno y la sociedad en su conjunto en base a esos cimientos artificialmente introducidos. La última fase consiste en la aceptación del nuevo significado por parte de aquellos principalmente perjudicados, que pasarían a construir la imagen de sí mismos entorno al nuevo mensaje.

La trampa.

Marcar a todo un colectivo con prejuicios e imágenes propagandísticas y despectivas no es nada nuevo, sin embargo seguimos sin darnos cuenta cada vez que esto se repite. ¿Quién no ha oído «ellos son así», «es su cultura» o sentencias similares, de fundamento desconocido, dirigidas a un colectivo concreto? Así, los gitanos hacen esto, los negros hacen lo otro, la cultura «tal» es violenta, o las mujeres son «así». ¿Nos suena? Y seguramente que la mayoría de las veces que esto es pronunciado en público, si el aludido no se encuentra delante no se oye más que murmullos de asentimiento.

Pues bien, ahora quienes «son así» son los jóvenes. Y con «así», por supuesto, nos referimos (refieren quienes no son ya tan jóvenes) a «son peor de lo que yo era a su edad». Pero como así formulado no funciona, había que inventarse una forma de hacer pasar la píldora, y en ese sentido el crear el término ni-ni fue una jugada muy inteligente. El prejuicio, el estigma, dejaba de ser un adjetivo para pasar a ser un sustantivo: no se dice «los jóvenes que ni estudian ni trabajan», se dice «los ni-nis», y suena divertido ¿verdad? Sólo faltaba atribuir una imagen al «nini», que fue aportada por la propia juventud (un sector de la misma) por medio de lo más significativo de esta generación en cuanto a actitudes que chocan: el botellón.

Habiendo imágenes de «macrobotellones» cada dos por tres en la televisión, el lazo estaba rápidamente hecho: «los jóvenes no estudian, no trabajan, y emplean su tiempo en borracheras y desmadres». En este razonamiento se soslayan dos cuestiones de cierta importancia. En primer lugar, la extensión de la cultura del botellón, que prácticamente supera distinciones de clases para volverse, pareciera, un fenómeno relativamente global. En segundo lugar, y más curioso todavía, se disimula que la principal imagen de marca del nini, es decir, el botellón, no tiene nada que ver con lo que significa «ni-ni». No se trata de estudiar o trabajar, sino de borracheras socialmente mal vistas. ¡Qué curioso! Evidentemente que, por otra parte, los argumentos no suelen esgrimir tan burdamente la relación nini-botellón, pero no por ello es menos patente su presencia como imagen, que ayuda a construir luego razonamientos más o menos coherentes -según el caso.

La función del eslógan.

Personalmente, todo este asunto me trae algo a la cabeza. Concretamente me recuerda a ese viejo mito estadounidense (que resurge en tiempos de crisis) de que el pobre, el miserable, el mendigo, el pordiosero… son lo que se merecen. Evidentemente esto no se plantea así tampoco, pero sí se hace hincapié en la supuesta igualdad de oportunidades del pueblo americano, de la que con cierta prontitud se deduce que quienes están abajo del todo lo están por no haber sabido jugar oportunamente sus cartas. En definitiva, que se han labrado ellos mismos el camino hacia la miseria y que, pudiendo salir, no han querido/sabido. Este es un ejemplo de mensaje «propagandístico» que se inserta en las conciencias y que, al cabo del tiempo, deja de ser necesario repetir pues pasa a formar parte del imaginario colectivo (que se acepte luego es otra cosa). ¿Qué función cumple dicho mensaje? Muy simple, legitima un cierto orden y desactiva la crítica, enmascarando las contradicciones y deficiencias de un sistema por medio de ideologías y mitos.

¿Y qué hay de los «ninis»? ¿No os parece que hay como un je ne sais quoi bastante familiar? Porque, ¿qué es un ni-ni? Pues un vago, un parásito (término muy familiar al capitalismo), un incapaz de tomar las riendas de su vida, que vive para el desmadre, que no piensa en el mañana, un irresponsable, alguien con una familia que se desvive por él y que, sin embargo, no hace sino aprovecharse. Es alguien que se ha labrado su condición de nini por no esforzarse, por no sacarse provecho, por no querer salir adelante. El ni-ni acaba transformándose en tautología, pues no estudia y no trabaja porque es un ni-ni, con todas las características anteriormente citadas. Ese es básicamente el mensaje, un mensaje que, curiosamente, surge durante una de las crisis económicas más crudas de las últimas décadas, que ha generado unas tasas de paro en jóvenes de hasta el 40% según qué estudios.

¡Qué oportuno que se «descubra» que los jóvenes no trabajan en gran medida porque no les sale de las narices justo cuando no se les puede dar trabajo! ¡Qué oportuno que se diga que tampoco estudian justo cuando el nivel académico pierde toda su relevancia frente a las expectativas laborales! ¿Crisis? ¿Qué crisis? La crisis es irrelevante, puesto que el ni-ni no entiende de economía, sólo entiende de parasitismo. ¡Que se callen esos jóvenes sin futuro [ElMundo -comentarios], que no hubiesen pasado su tiempo haciendo el inútil y emborrachándose en la calle!

¿Acaso el anterior no es un discurso ideal de legitimación de un cierto status quo? Peor aún…¿acaso no nos es familiar?

Pero, ¿y si…?

Regresando a nuestro presente, encontramos diversos estudios, como el realizado por la CJE [Público], que comienzan a aportar una visión diferente de las circunstancias de la presente juventud, mostrando que lo que se quería transformar en la imagen representativa de toda una generación afecta, como máximo, a un 5,6% de la población joven que realmente ni estudia, ni trabaja. El resto de «esos inútiles» está en formación, estudia, o trabaja de voluntario para ONGs (eso sin contar los que consiguen trabajar).

Nos empezamos a cuestionar si toda aquella parafernalia no estaba destinada a encontrar un enemigo contra el que volcar las angustias propias, algo o alguien tangible, representable, alguien a quien dejar atrás. Nos preguntamos también si no se quiso hacer de la excepción una norma, y si esta excepción fue realmente abordada con todo el rigor y la profundidad que requería. ¿Hay realmente tantos ni-nis? ¿Qué nos dice su propia existencia sobre nosotros o sobre el sistema en el que vivimos nosotros y ellos? ¿No habrá sido, una vez más, apresurado construir una categoría difícil de delimitar para simplificar una cuestión que merecía ser vista, no sólo desde fuera, sino también desde dentro? En cualquier caso, estas cuestiones no venden, y la publicidad siempre manda, en un mundo de «pegatina». Cabe recordar sin embargo donde hay jóvenes que ni estudian ni trabajan, hay no-tan-jóvenes que ni entienden ni les importa. No tienen por qué ser mayoría, pero qué llamativos que son a veces.

Pero en cualquier caso, las etiquetas que más cuesta de quitar son las que más hondo han tenido ocasión de calar. Es hora, jóvenes sin futuro, de arrancar la propaganda ni-ni [CincoDías] y ocupar el puesto que os corresponde, esto es, a la cabeza del cambio. Reivindicad vuestra posición, reclamad lo que por derecho es vuestro, luchad por un nuevo estereotipo de vosotros: el de una juventud sin miedo.


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